viernes, 15 de julio de 2011

Shery

Su camino como artista inició desde muy pequeña, con un trapeador como micrófono, escoba por guitarra, un ejército de ollas de cocina convertidas en batería y la cara invisible bajo una capa de yeso, jugando a imitar a la súper banda Kiss.
La leyenda familiar narra que aprendió a cantar antes que a hablar, imitando durante horas los discos con que su mamá torturaba una y otra vez a la familia, haciendo trizas la colección que, a falta de otros lujos, tapizaba las paredes de la sala.
Nacida un 18 de agosto en Guatemala bajo el signo de Leo, descubrió temprano la emoción de tomar prestadas las medias de su hermana para romperlas y convertirse en Gloria Trevi.
Penúltima en una tribu de cinco hermanos, aún no había cumplido tres cuando papá decretó el éxodo hacia el campo, hacia la región de Chimaltenango, lo que concedió a Shery la suerte de crecer en la libertad de los grandes espacios abiertos.
Sus coqueteos con el escenario habían iniciado en todo género de actividades escolares, donde ya sea cantando, recitando, bailando o actuando en obras de aula y chapuz, empezaba a crecer el hambre de hacer música que, años más tarde y antes de graduarse de quinceañera, la obligaría a escaparse de casa en busca de su sueño de cantar.
Su primer encuentro formal con un escenario fue para un Festival OTI de la Canción, donde apenas con nueve años, disimulando edad con estatura, tacones y buen maquillaje, se coló como corista.
Su precoz salida del nido la obligó a ganarse la vida desde muy joven, combinando estudios con mil trabajos diversos, sin faltar los apuros para reunir la renta compartida con su hermana, apuros que más de una vez dejaron el refrigerador desconectado a fin de mes, pero que no evitaron que en cierta ocasión invirtiera la mitad de su sueldo en contratar un estudio para grabarle una canción de regalo a un afortunado chico que le tenía robado el corazón.
Fue por esa época cuando el duende de la música la llevó a cantar una temporada con la banda de Bob Porter, más una breve estadía en el Conservatorio Nacional de Música, donde se inclinó por el contrabajo.
A mediados del 2003, en medio de un profundo abismo de amor, el destino la hizo fijarse en la nota de periódico que anunciaba un casting para las Olimpiadas Mundiales de las Artes Escénicas (World Championships of the Performing Arts), a celebrarse en Hollywood, California.

Salir seleccionada en las audiciones la motivó a recibir por primera vez clases formales de canto, que empezó a cursar con el maestro guatemalteco Luis Galich y la profesora portorriqueña Angélica Rosa.
Por la misma época se matricula en el “Taller de la Canción”, donde estudió composición de la mano de dos de las máximas leyendas del rock centroamericano, Oscar Conde y Ranferí Aguilar, ex-integrantes de Alux Nahual.
De regreso de las Olimpiadas, donde su canción “El amor es un fantasma”, primera de su autoría, se hizo acreedora de una medalla, Shery se sumerge en una frenética etapa creativa, escribiendo nuevas canciones y produciendo “Libre”, su primer videoclip experimental.

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